Para la analista en tecnología móvil de Gartner, Annette Zimmermann, la
privacidad es la mayor barrera para masificar este negocio
Desde los gigantes como Google y Sony hasta las start-up más pequeñas, españolas incluidas, cada vez hay más empresas intentando sacar tajada de uno de los gadgets
más populares del momento: las gafas inteligentes. Sin embargo, a pesar
de las distintas funciones, precios y diseños de cada modelo, los
esfuerzos de ventas, su popularidad mediática y las aplicaciones que
ofrecen aún no han logrado hacerlas un imprescindible tecnológico como sucede con los smartphones. Exceptuando las personalidades más geek,
parece que la sociedad aún no se siente cómoda al lucir el aparado por
la calle, y así se mantendrá hasta dentro de por lo menos diez años,
según la analista de Consumidores y Tecnología Móvil de la consultora
tecnológica Gartner, Annette Zimmermman. La experta hizo esta predicción durante su conferencia sobre wearables en el congreso de realidad aumentada (RA) InsideAR 2014, celebrado esta semana en Múnich (Alemania).
Foto: Zimmermann cree que el uso habitual de las gafas inteligentes no tendrá lugar hasta dentro de diez años. Crédito: A.Z
Entre demos y charlas sobre RA, la experta expuso los datos de su compañía, que lleva más de 25 años aconsejando a grandes empresas en qué tecnologías invertir su dinero, y explicó a MIT Technology Review en español por qué cree que estos dispositivos tienen todavía varias barreras que superar antes de poder llegar al gran público.
Según datos de su compañía, las gafas inteligentes serán los
dispositivos que más tarden en hacerse un hueco en el mercado, por
detrás de las pulseras e, incluso, la ropa inteligente, ¿por qué?
Sí, otros expertos son mucho más agresivos que nosotros a la hora de
hablar de las gafas inteligentes, pero yo creo que aún tienen que pasar
muchas cosas para que se popularicen como otros dispositivos. Primero
tiene que haber un cambio de paradigma sustancial, que con seguridad no
tendrá lugar en los próximos cinco años, al menos tendremos que esperar
diez años para que ocurra, pero tienen que sucederse muchos cambios
antes de eso.
¿Qué cambios tienen que ocurrir?
Para empezar, la tecnología tiene que mejorar para que las gafas parezcan unas gafas normales. Tienen que lograr que las gafas inteligentes no parezcan gafas inteligentes.
Son muchos aspectos los que hay que resolver. Y no digo que no lo
harán, en algún momento llegará, el diseño mejorará, dejarán de cambiar
de formato continuamente. Incluso llegarán las lentillas inteligentes,
hay muchas posibilidades, pero lleva más tiempo que con otros
dispositivos.
Además, el negocio todavía está centrado en otras plataformas, la gente aún está demasiado ocupada con sus smartphones,
quieren teléfonos más grandes o tabletas. No veo que todas estas cosas
puedan pasar en los próximos cinco años, sino más bien en los próximos
diez años o más.
Pero la tecnología avanza muz rápido, así que los modelos son
cada vez más ligeros y de apariencia más agradable. ¿Qué otras barreras
hay?
Tampoco han resuelto todavía el problema de la privacidad, y creo que
de hecho esto es lo más importante. Los problemas sociales y legales
son muy necesarios para el cambio de paradigma. A día de hoy hay
legislaciones, especialmente en Europa, donde ni siquiera está permitido
el uso de dispositivos como las Google Glass, ya que pueden filmar a
personas a tu alrededor sin que lo sepan.
El factor de la apariencia influye mucho para que la gente quiera
usarlas. Pero incluso aunque se resuelvan los problemas desde la
perspectiva del diseño, todavía tendrán que ajustarse a la legalidad.
Probablemente habrá mercados donde puedan llegar antes.
¿Como cuáles?
En EEUU, por ejemplo, no tienen ni una sola ley completa de
protección de datos, solo tienen coberturas parciales, pero no protegen
tanto la información personal como en Europa. Pero puedo imaginar que
habrá mercados en los que no estén permitidos estos objetos y se tarde
más en llegar, o se haga bajo unas circunstancias concretas y muy
distintas. Varía mucho según la región. En Rusia, por ejemplo, están
permitidas las cámaras frontales de los coches, que pueden grabar todo
lo que tienen en frente, pero eso no sería legal en Alemania. Hay muchos
escenarios distintos. Habrá diferentes adopciones en algún momento, es
difícil predecir cuánto podrán cambiar las leyes para permitir que las
gafas inteligentes estén en todas partes.
Para mí, esta es la parte más importante a resolver, la privacidad,
porque puede realmente marcar una diferencia entre el éxito de una u
otra tecnología. Ahora los fabricantes están muy entusiasmados, piensan
en la tecnología, pero creo que debe hablarse de esto también.
¿Y qué es lo primero que hay que resolver en este sentido?
Hay varios aspectos, por un lado están los datos que el usuario está
dispuesto a dar, pero por otro lado, y más complicado, están los datos
que otros pueden obtener al grabar a su alrededor sin consentimiento.
Esto afecta incluso a la gente que no lleva el aparato y por lo tanto
crea una brecha que no es beneficiosa y que puede llegar a suponer un
peligro potencial.
¿Qué factores influyen en la forma en que la gente es reticente a estos dispositivos por miedo a perder el control sobre su información personal?
En EEUU, la persona media está más dispuesta a entregar sus datos que
la media europea. Pero creo que donde más se ve la diferencia es en la
edad. Tenemos datos que lo demuestran, cuanto mayor eres, menos
dispuesto estás a compartir tu información. Los jóvenes aceptan
compartir su información sin mucho reparo, lo hacen voluntariamente, dan
su ubicación sin tan siquiera pedírsela.
Pero también es algo muy enraizado en la cultura. En Alemania no está
permitido vender datos personales a un tercero, tan solo cuando accedes
oficialmente. Solo se puede vender sin consentimiento de forma anónima,
para identificar tendencias.
¿Y en Estados Unidos?
Allí esa ley no existe. Compartes los datos de una aplicación cualquiera de tu wearebale y la compañía puede venderlos sin preguntarte. A mí, eso me haría sentir muy incómoda.
¿Cómo se manifiesta esa diferencia cultural? ¿Son las personas o las compañías quienes lo conciben diferente?
Lo que ocurre es que allí protegen los datos, en Europa lo que
interesa proteger es a la persona en sí. La idea es que si la persona
está protegida, no pueden llegar a ti, acosarte con publicidad, no
pueden llegar a tu intimidad, que es lo que se protege.
Allí el miedo es a que accedan físicamente a los datos. Se preocupan
por proteger los servidores de los hackers, pero lo que las compañías
hagan legalmente con tu información es menos importante, la actitud es
muy distinta. Existe un gran negocio dedicado a conseguir esos datos,
quien sabe de dónde, para venderlos a otros. Por ejemplo pueden decir:
“Aquí tienes 60 usuarios de iPhone, toma sus nombres y sus números”.
Hasta que se resuelvan estas barreras, ¿dónde está el negocio de los weareables que registran información privada continuamente?
Principalmente en varios sectores, tres más novedosos, que son la
salud laboral, la seguridad personal y el sector público. Aquí empiezan a
aparecer usos muy interesantes para proteger a las personas y a los
trabajadores
También en el sector industrial, con aplicaciones para las
reparaciones, con las que, por ejemplo un técnico puede ir a tu casa,
ver el problema y averiguar mejor como arreglarlo gracias a la
información de sus gafas. O puede ponerse en contacto con la oficina
central y enseñarles en directo lo que está viendo con sus ojos para
saber cómo proceder. En telemedicina, de la misma forma, podría ayudar a
seguir el registro de los pacientes, esto sumado a otras tecnologías
portables como los parches que monitorean la actividad física, tiene
muchas posibilidades.
En medicina también hay barreras.
La información médica en manos de terceros también es muy sensible.
Podrían medir tus probabilidades de superar o no una enfermedad y
decidir no darte o no un tratamiento, o una cobertura sanitaria, ¿no?
Sí, es cierto. Creo que en todos estos casos, la pregunta que hay que
hacerse es quién posee esa información. Si, por ejemplo, los aparatos
envían directamente los datos a las empresas, eso tiene mucho peligro.
Si me preguntan a mí, yo diría que yo soy el dueño, ¿no? El problema
precisamente es ese espacio actual de ambigüedad, hasta que no se
establezcan las fronteras, la empresa podría decir que le pertenece a
ella.
¿Y dónde le recomendaría a una empresa a invertir?
En productos que tienen públicos específicos, no generales. Hay
escenarios que van muy bien con las tecnologías de realidad aumentada
como las de Metaio, como el juego y el ocio, y cada vez más los procesos
industriales. En esos mercados específicos, en los próximos años, hay
grandes oportunidades de negocio y saldrán muchos productos. Pero para
el tipo de gafas que están pensadas para llevar 24 horas, como ahora
llevamos el smartphone, aún es muy difícil verlo, habrá que esperar.
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